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Opinión

Regla de oro

Padre Mendoza

Tratamos de la oración, y lo primero, lógicamente, es que hagamos oración, que oremos, aunque sea a nuestra manera. ¿Usted ora? Si no lo hace, que lo dudo, puede empezar ahora mismo.

 

En algún escrito anterior, explicamos ya que orar es hablar con Dios, estar con él como con un amigo, alguien a quien se ama y por el que se siente uno amado… Orar es unirse a él por la atención de la mente, el corazón y la voluntad. Por algún rato nos abstenemos de todo y nos hacemos presentes a Dios que también se nos hace presente, y vivimos esas presencias en ese dar y recibir mutuos, en ese abrazo que nos estrecha y une. En fin, experimentar todo eso es orar, valiéndonos de algún método que hayamos aprendido oportunamente o que aún podamos aprender.

 

A propósito de la actividad orante, el Padre Larrañaga propone lo que él llama “regla de oro” y que enuncia así: “Esfuerzo, sí, violencia, no; esperanza, sí, ilusión, no; y por encima de todo, paciencia y perseverancia”. Lo explicamos un poco a continuación.

 

Orar es experimentar o vivir a Dios, no el sentirlo a base de emociones especiales o sentimientos vacíos que lo ilusionen a uno. No sucede así, y la gente se decepciona. Entonces, víctima de la violencia interior, se impone a sí misma lograrlo a cualquier costo, sin conseguirlo y sobrevienen la frustración. “Toda ilusión, sentencia el mismo Padre Larrañaga, acaba en desilusión”.

 

¿Qué hacer para que tan grande mal no suceda? He aquí algunos criterios que hay que seguir en la práctica. El primer criterio queda indicado en el siguiente principio, válido para cualquier actividad humana: El esfuerzo depende de mí, el resultado no depende de mí sino de un sinnúmero de imponderables ajenos a mi voluntad. Me dispongo a orar, y dadas las circunstancias que favorezcan la oración, me entrego a ella, esforzándome en hacerla bien, pero con paz, esperanza y perseverancia, buscando a Dios en ella, sin otros resultados que no interesan. Y menos el que llama el Padre Larrañaga “resultado sensible”. La oración, hay que tenerlo siempre en cuenta, es cosa de saber, de experimentar, de vivir y no de sentir.

 

Y, es que, en segundo lugar, la vida con Dios no es cosa de emoción, sino de fe, esa virtud teologal que, principalmente en la oración, nos une con él. Y, ya se sabe, que en la fe, en vez de emoción, vamos a toparnos con oscuridad y contradicción. El autor más arriba citado lo dice así: “Vida con Dios es vida de fe. Y la fe son caminos silenciosos, oscuros, secos”.

 

Abundando en lo mismo y como tercer criterio, que complementa el anterior, añade: “La fe no es sentir, sino saber. No es emoción, sino convicción. No es sensibilidad, sino certeza”. El sentimiento o emoción queda en el ámbito de los fenómenos, de la apariencia, de lo superficial y pasajero; en cambio el saber da certeza y seguridad, convicción y firmeza. Esto en todo, y especialmente en el ejercicio de la fe, definida en carta a los Hebreos 11 como “garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”. 

 

Y no es que se haya de estar absolutamente en contra de las emociones, sino que no con criterio cierto de que se trata de Dios, que lo es la fe. El mismo autor, más arriba citado, lo dice así: “Aquellas emociones, acompañadas de estremecimientos y lágrimas, son situaciones de emergencia”. Es decir, algo pasajero. Lo definitivo es la fe.

 

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Sábado 23 Mayo, 2015

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Juan Luis Mendoza

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