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Opinión

Jesús y la samaritana

Juan Luis Mendoza

Usted puede leer el relato completo en Juan 4,5-42. Aquí, de la mano del padre Larrañaga y su vena poética, vamos a destacar algunos aspectos de Jesús en su condición de Mesías. Enviado por el Padre Dios para salvar a Israel y al mundo, no como lo esperaban en su tiempo los judíos, de talante temporal, militar y conquistador, sino como lo que realmente había de ser: el Pobre de Yahvé. Que así seguirá mostrándose hasta el final, en la cruz. Y sabido y creído por nosotros sus seguidores que, de hecho y en verdad, nos salva por su Pasión, Muerte y Resurrección, puntos culminantes de su breve existencia. Pero, volvamos al relato de Jesús y la samaritana.

Ubiquemos el hecho. Jesús y los discípulos salen de Jerusalén y se encaminan hacia Galilea. Lo pueden hacer por dos caminos distintos: el que pasa por Jericó remontando el curso del Jordán al norte o el que lo hace a través de las montañas de Samaria. Algunos de los discípulos le previenen a Jesús de que este último es peligroso, pero el Maestro se decide por él en busca de quienes considera particularmente necesitados, es decir, la mujer samaritana y sus paisanos del pueblo en el que se conserva el reconocido pozo de Jacob.

El padre Larrañaga se expresa así: “Los ángeles de mi Padre han trazado para mí unos indicadores de su voluntad: notificar a los pobres que ellos ocupan el lugar más privilegiado en el corazón de mi Padre; romper las cadenas y anunciar a los cautivos que terminó el tiempo de la opresión; retirar el velo que cubre sus ojos y encender dos luceros en la frente de los ciegos; repatriar a los prisioneros y comunicarles que la victoria será nuestra; y proclamar una amnistía general y un año completo de perdón y de amor”.

Nuestro autor pone en boca de Jesús los sentimientos y deseos más vivos que desborda en su amor: “Voy a convocar una primavera para atraer con silbos seductores a los alejados, sajar los tumores al sonido de la música, curar las heridas con aceite de compasión. ¿Acaso nos inquietamos por las noventa y nueve ovejas que están a buen recaudo y seguras en el aprisco? He venido por la oveja perdida y malherida: escalaré cumbres, avizoraré en los precipicios, no daré reposo a mis pies ni me entregaré al sueño hasta encontrar a la oveja descarriada. Y, entonces, la pondré sobre mis hombros con ternura, y regresaré al aprisco cantando y silbando, y pregonando que ella sola alegra más mi corazón que el resto del rebaño. Voy a salir en busca de los pájaros con las alas heridas y que la bandada dejó atrás. No descansaré hasta amontonar todas las tristezas, como hojas secas, para enterrarlas en el fondo del jardín. Pedro y Juan, mis amigos, ¿cuál es el nombre de Dios? Yo mismo les responderé: Amor. En nombre del Amor vámonos en busca de los despreciados de Samaria”. En Samaria está el pozo de Jacob y hasta él, está escrito, que llegará una mujer, la samaritana, protagonista de un emotivo, profundo y definitivo diálogo con el Mesías.

Ahí viene con un cántaro sobre la cabeza. Jesús sabe bien en qué condiciones está por las historias que carga sobre sus hombros que le han puesto los opresores, entre ellos sus varios esposos que ya no lo son. Jesús se siente capaz de aliviar, y con creces, su situación y se ofrece a hacerlo, abriéndose paulatinamente a la mujer, que no sabe de quién se trata, y ve simplemente como un judío más hostil a los samaritanos. Jesús le habla de un agua, no natural, que puede saciar su sed de amor y felicidad. Pero le cuesta entender.

Según el padre Larrañaga, Jesús se empeña en ayudarla a comprender: “Hija mía, para descubrir la verdad son necesarias dos personas: una que la dice y otra que la escucha. Algún lejano y ciego temor te cierra el paso a mi voz. ¿Cómo podrá abrirse tu corazón, a menos que se rompa? Viniste hoy a llenar tu cántaro de agua, pero mañana tendrás que regresar de nuevo, y así todos los días. Pero quien beba del agua que yo le doy no necesitará regresar más a este pozo: todos sus anhelos quedarán saciados para siempre. De mis fuentes brotarán torrentes de agua que saltarán de roca en roca. Mujer, soy la voz que asciende desde tu más secreta intimidad como un surtidor que salta hasta las alturas eternas”.

La mujer reconoce en Jesús, al fin, no solo un ser extraño, distinto de los demás, sino a un profeta, e introduce el tema de la adoración a Dios en el Monte Sión o en el Garizin. Jesús le explica que ha llegado el momento de unir a judíos y samaritanos en la adoración al Padre en “espíritu y verdad”. Y así en el mundo entero.

Punto culminante de la conversación: el revelarse Jesús como Mesías y con ello queda todo dicho. El padre Larrañaga observa: “¡Gran misterio! Una mujer, calificada por la opinión pública como pecadora, y considerada por las autoridades religiosas como despreciable y maldita… es la primera persona a la que Jesús, con términos inequívocos, revela su identidad. Ya lo sabemos: es el Mesías de los pobres, venido preferentemente para los últimos y despreciados, los oprimidos y destrozados”.

Lo demás es proclamarlo a los samaritanos del pueblo que acuden al encuentro de Jesús que, tan lleno de lo espiritual, se rehúsa a alimentarse de la comida material que le ofrecen los discípulos, saciado como está con el hacer la voluntad del Padre.

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Sábado 29 Abril, 2017

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