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Opinión

Vientos de cambio en Turquía

Página Abierta

El desenlace de las elecciones legislativas llevadas a cabo en Turquía el pasado 7 de junio presenta dos hechos contundentes: un revés para el Presidente Recep Tayyip Erdogan y un notable progreso político para los kurdos.

 

El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), del Presidente Erdogan y del Primer Ministro Ahmet Davutoglu, sigue siendo la principal fuerza política turca con un 40.93% de los votos, muy por delante del Partido Republicano del Pueblo (CHP), que se estanca con el 25%. Sin embargo, se trata de una victoria con sabor a derrota.

 

Erdogan, líder indiscutible del AKP, pretendía ganar más de 400 escaños, suficientes para modificar la constitución y adoptar un sistema presidencialista con plenos poderes ejecutivos. 

 

El AKP no sólo no ha cumplido tal meta, los 258 diputados que ha obtenido ni siquiera le bastan para formar un gobierno en solitario, una situación que le obliga a pactar con alguno de los otros partidos que han entrado al parlamento. 

 

Estas elecciones no implican -por ahora- el fin de ciclo del AKP en el poder, pero muestran sin duda un desgaste ante el electorado, que ha rechazado claramente la demanda de más poderes por parte de Erdogan. 

 

El AKP ha gobernado Turquía en los últimos 13 años, un período de tiempo cuyo balance ofrece contrastes importantes. En el plano económico, los primeros once años de gobierno del AKP mostraron un desempeño muy positivo. El crecimiento económico del país alcanzó un promedio del 6.5% anual, la inflación se mantuvo controlada, se implementaron políticas que posibilitaron un flujo impresionante de inversión extranjera, se desarrolló considerablemente la infraestructura y se ampliaron las relaciones comerciales con Medio Oriente, África y América Latina. 

 

En el plano político, el AKP impulsó reformas constitucionales que condujeron entre otras cosas a la ampliación de la equidad de género, la abolición de la pena de muerte y el fortalecimiento de las libertades civiles, especialmente de minorías como los kurdos y armenios. Además, se buscó un acuerdo de paz con la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), y se limitó la influencia de los militares en los asuntos políticos e institucionales del país. 

 

En el ámbito internacional el AKP proclamó su política de “cero problemas con los vecinos”, que le permitió ampliar el prestigio de Turquía en la región y apuntalar la imagen del país como potencia emergente. 

 

Sin embargo, hacia el año 2012, la relación entre Erdogan y un sector importante de la opinión pública empezó a deteriorarse. El presidente asumió posiciones crecientemente autoritarias e inflexibles, amedrentó a un sector de la prensa crítico de sus políticas y en mayo de 2013 funcionarios de su partido reprimieron severamente protestas populares en el Parque Gezi, de Estambul. Estas actitudes de Erdogan generaron airadas reacciones, especialmente entre los sectores seculares y de izquierda, que cuestionan además el conservadurismo social del AKP.

 

Durante la pasada campaña política, el presidente fue acusado reiteradamente por sus detractores de asumir actitudes “sultanísticas”, estar involucrado en grandes casos de corrupción, propiciar la polarización, utilizar la religión con fines políticos y erosionar el status de Turquía en la arena internacional. 

 

A Erdogan y su partido tampoco les ha ayudado la situación económica del país, muy deteriorada en los últimos dos años y marcada por el aumento del desempleo (especialmente entre los jóvenes), el lento crecimiento de la economía, la inflación y la caída de la lira turca.

 

CONTRASTE. El fracaso de Erdogan y el AKP contrasta con el impresionante avance del Partido Democrático de los Pueblos (HDP) que, con un 13.12% de los votos, ha pasado el umbral del 10% requerido para entrar al parlamento y ha conseguido 80 escaños. Si bien este partido tiene entre la población kurda su principal base de apoyo, sus líderes, encabezados por el carismático Selahattin Demirtas, no solo han logrado disipar la imagen de ser el frente político del PKK, sino que han consolidado el apoyo de liberales, izquierdistas, islamistas anti-statu quo, feministas, ecologistas e incluso armenios y alevíes.

 

El HDP es percibido como la versión turca de otras fuerzas emergentes de la izquierda europea, como Siryza en Grecia o Podemos en España, y su ingreso al parlamento podría fortalecer una cultura política más pluralista e igualitaria en el país.

 

El afianzamiento político de los kurdos en Turquía es sin duda un reflejo local del proceso de empoderamiento que experimentan también las poblaciones kurdas en Siria e Irak, inmersas en procesos de autodeterminación que parecen irreversibles.

 

Más allá del fracaso de Erdogan y el ascenso de los kurdos, el resultado electoral arroja un manto de incertidumbre sobre Turquía. Si el AKP no encuentra un socio que le permita formar gobierno en los próximos 45 días, y los partidos de oposición son incapaces de constituir un gobierno de coalición -algo sumamente complicado dadas las profundad divisiones que imperan entre partidos como el HDP o el Partido Movimiento Nacionalista (MHP)-, Turquía deberá acudir de nuevo a las urnas. Lo anterior podría implicar el fin del dominio del AKP en la política turca, un escenario que no necesariamente implicaría estabilidad política para el país.

 

*Profesor UCR.

 

PERIODISTA: Sergio I. Moya Mena*

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Martes 23 Junio, 2015

HORA: 12:00 AM

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