Cuando termina una relación el dolor es tan alto que pensamos que no acabará, a veces incluso se instaura una depresión como reacción a la pérdida que estamos viviendo. Y es que aunque hayamos sido la parte que decidió terminar, esto no necesariamente implica que podamos vivir sin sufrimiento todos los cambios respecto a lo que había.
Se tiende a pasar por etapas que paulatinamente nos van acercando a poder convivir con la realidad, indistintamente de que duela o que celebremos nuestra nueva cotidianidad.
¿Qué podemos hacer frente a este tipo de dolor? Lo primordial es vivir este dolor, teniendo la esperanza de que esto pasará. Sin caer en medicamentos que oculten el dolor pues únicamente se prorrogará algo que es necesario vivir para que pase. El dolor nos lleva a experimentar nuevas opciones de seguir adelante, de contar con otros para hacernos acompañar, para hablar. A veces hasta de tomar decisiones que nos ayuden a adaptarnos al nuevo entorno o modificar aquellas cosas que nos implicaban malestar.
Reacomodar la casa, apuntar a nuestro bienestar físico y emocional, pueden ocupar un lugar prioritario en nuestra nueva agenda. Dolorosamente hay casos en que nos enteramos que habíamos dejado totalmente abandonada nuestra importancia y nuestras necesidades, apuntando como único interés lo que nuestra pareja pudiera requerir. Por supuesto esto generará inicialmente un gran vacío, sin embargo luego podemos comprender que amar no significa sacrificarlo todo ni entregarlo todo. La experiencia que rescatemos de las pérdidas que vivimos a lo largo de la vida, son las que generan mayor aprendizaje para afrontar y resolver.
Un punto importante es tener esperanza en que las cosas mejorarán, no de la noche a la mañana, pero sí poco a poco. Y que habiendo hecho el intento de que la relación funcionara, podremos apuntar a seguir con nuestra vida de una forma llevadera y apuntando a la felicidad.
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