Según Creo
Esta es una vieja compañera de la humanidad, y aunque creíamos que había desaparecido, ha regresado. Nada menos que 800 millones de personas la sufren. Se atribuye a varias causas que seguramente ayudan: como el precio del petróleo, la conversión de grano en alcohol, el cambio del clima y la especulación financiera cuando perdió el negocio de las hipotecas de vivienda. Pero nadie menciona la causa más probable: la ruina que lo que llaman el libre comercio causa a los agricultores campesinos, quienes a pesar de su desventaja social y económica, en número de 2000 millones alimentan a 5000 millones de personas, que son la mayoría de la humanidad.
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Lo que el ”libre comercio” de la OMC y los países ricos (remember Doha) provocan con su mercado internacional y sus excedentes subsidiados es INESTABILIDAD de los precios, que las naciones han tratado de combatir con sus políticas agrarias, y que los tigres del Sureste de Asia combaten de la única manera posible: sacando del mercado los productos de su dieta básica. El arroz y los frijoles importan cuando uno tiene hambre.
La autoridad más probable en esto es el doctor Peter Timmer de Harvard, quien lo vino a explicar dos veces, traído por Aquino, el antiguo director del IICA, una persona excepcional que se atrevía a ir en contra del paradigma que todavía nos imponen los países ricos, y por ende sus subordinados en la OEA y la FAO. El actual director de la FAO lo llama “volatilidad”, pero no se estira bastante para ligarla con el mercado internacional, como hace Timmer. Y como yo repito insistentemente, pero en vano: nuestra política agraria la dicta el COMEX, y este la recibe aún directamente del Consenso de Washington; hasta que el hambre nos abrume.
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Pero independientemente de la causa de la crisis alimentaria, la solución es la misma: asegurarse de que nuestros alimentos se producen localmente, y eso va en contra del mandato del Consenso de Washington, diseñado para salir de los excedentes americanos subsidiados que no alcanzaron para todos. Y va en contra del sacrosanto mercado internacional, donde solo llegan excedentes baratos ocasionales, con los que ni nuestros agricultores (ni nadie) puede competir.
¡Qué cosa! La razón se impone al fin, y con la misma solución para todas las causas: la producción local; que choca directamente con el dogma neoliberal y con el interés de mister Scrooge, el que comercia los granos.