Alternativas

Para los comentaristas, los medios de comunicación y los académicos la culpa de los malos gobiernos en nuestro mundo latinoamericano es de los políticos…y no se puede negar que mucha razón llevan. La corrupción, la ineficiencia en el gobierno, la pobre medición de resultados, la escasa rendición de cuentas y la falta de responsabilidad y de asumir las consecuencias de las acciones de gobierno han sido características de muchos gobiernos.

Pero, ¿es ese el cuento completo? Creo que no. Si lo fuera no habría razón para la preferencia recurrente del electorado por los populismos.

Tal vez la mayor diferencia entre las visiones liberal-democráticas y las populistas radica en que las primeras buscan cumplir los objetivos de gobierno poniendo las leyes por encima de los gobernantes (aunque no siempre se logre), mientras las segundas lo hacen dando prioridad al líder que encarna los intereses del pueblo, por encima de las normas.

Si el problema son los políticos y los partidos: ¿por qué habría de preferirse una tendencia que agiganta las posibilidades de perversión de los gobernantes, al empoderar al caudillo sobre las normas y al sustituir la institucionalidad por la relación directa del líder con las masas a las que encanta? ¿Por qué empoderar la democracia de las calles a costa de la democracia representativa y con poderes independientes que se controlan?

Creo que el problema radica en la ilusión -de buena parte de nuestros pueblos- de que con buena voluntad y la fuerza del líder, todos podemos disfrutar de los bienes que el gobierno nos distribuya. Es un mito del realismo mágico que hace desaparecer la escasez. Es una visión heredera del régimen patrimonial español, como lo describió Octavio Paz, que el votante ve como la máquina que le puede directamente proporcionar recursos para satisfacer sus necesidades. Una vaca a la que todos pueden ordeñar sin tener que darle de comer.

Recuerdo con “vergüenza ajena” la mezcla de frustración y sinsabor que sentí cuando en 1988 en una de mis primeras actividades de tocar puertas para pedir el voto, un ciudadano me preguntó “¿Y a mí usted que me va a dar?” Y no pedía un programa de gobierno o una política económica que promoviera el bien común para tener mayores posibilidades de surgir, sino un bien tangible y específico para su personal y exclusivo beneficio: una pensión, un bono, un puesto sin obligación laboral.

Claro es la herencia del estado colonial que reparte el botín a sus allegados.

Por eso se da la inclinación en nuestros países hacía los populismos, que demagógicamente prometen distribuir lo que no tienen, y que acaban destruyendo el sistema de derecho y de incentivos que mueve a las personas a trabajar, a crear, a ahorrar, a invertir y que en consecuencia produce empobrecimiento y miseria. El paternalismo estatal, además, acaba en buena medida, actuando en favor de quienes tienen más galillo y tragan más pinol. Son los más influyentes los que, ante el desprecio por las norma, logran que los favores del caudillo les sean más provechosos.

Claro el resultado se repite una y otra vez. El aparato productivo se desmorona, la canasta de bienes accesible a los consumidores se encoge, y esto da cada vez más poder al brazo del líder que reparte los bienes públicos que son cada día más apetecidos. Y solidifica por unos años su poder.

Seamos realistas. Los bienes son escasos. Busquemos el bienestar con un gobierno sometido a normas, con frenos y contrapesos, en libertad. Construyamos el progreso con producción eficiente y no con realismo mágico.

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Lunes 10 Noviembre, 2014

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Miguel Ángel Rodríguez